Tratar de lograr una diferencia comercial denostando un exitoso estándar en la agroindustria no parece una apuesta sostenible, sobre todo cuando aquello que se critica entrega ventajas para todos.
En estos días de pandemia, de aislamiento preventivo y constantes invitaciones a la “reinvención” (una en especial bastante reciente), encontré en mi archivo un volante publicitario preparado por una de las mayores marcas de pollo colombianas.
Revisé la fecha del evento en que se me entregó y coincidía con este mes que apenas estamos estrenando, pero de 2019. “Pollo sin sales, agua o fosfatos inyectados”, decía el eslogan sobre una apetitosa carcasa de ave, dorada, jugosa y humeante, acostada pechuga arriba en una guarnición de vegetales.
Me dio curiosidad y busqué en internet piezas más recientes de esa misma empresa y sobre el mismo tema. La menos vieja era del 30 de septiembre del año pasado. No significa necesariamente que se haya abandonado el mantra, pero sí es un indicio claro que por lo menos se le bajó a los decibeles.
Indagando un poco se puede pensar en razones de coherencia corporativa para ese cambio de actitud, como que la empresa en mención no solo fue adquirida por una multinacional que marina pollo en todas partes; también comercializa de tiempo atrás una línea económica o popular que sí marina el pollo.
No obstante, prefiero pensar en cuestiones más prácticas, como el poco impacto de una campaña basada en asustar señalando un fantasma inexistente. El marinado, tenderizado o aplicación de salmueras a la carne es un proceso seguro, reglamentado y auditado, que ya tiene el grado de estándar en toda la industria cárnica, en todo el mundo (¡hasta en los camarones!).
Es más, de Europa y Norteamérica —los referentes para todo en la agroindustria— nos llegan equipos cada vez más eficientes. Las formulaciones mejoran y son más sofisticadas, adaptadas a las necesidades de rendimiento, sabor y calidad de cada empresa y de los compradores. Incluso hay marcas de pollo líderes que elaboran sus propias formulaciones.
El marinado llegó hace 18 años a Colombia para quedarse y ha pasado lo mismo en toda la región en las últimas dos décadas. Además de mejorar las propiedades organolépticas del pollo buscadas por los consumidores, marinar da a cada compañía posibilidades ciertas de competitividad.
Hacerlo bien y en la justa medida es responsabilidad de toda empresa. De vigilar que así sea se encargan dos jueces: uno es la autoridad respectiva, y el otro, bastante más implacable, es el mercado.