El gigante asiático sorprendió recientemente al bloquear envíos cárnicos desde plantas con brotes y pedir declaratorias de no presencia del virus en todos los alimentos importados.
De lo poco que creíamos saber sobre el COVID-19 era su no transmisión a través de los alimentos, incluidos los de origen animal; así lo han asegurado siempre la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE), por mencionar solamente las agencias multilaterales más reconocidas. Y no se han retractado de ello hasta el momento.
Sin embargo, a finales de la semana pasada, las autoridades sanitarias y aduaneras de la República Popular China están actuando en contravía de tal precepto, sin ahondar en explicaciones concluyentes. Solamente lo hacen porque quieren y pueden; igual son la segunda potencia económica mundial y el mercado al que todo productor de alimentos en el mundo quiere llegar con sus productos, en importantes volúmenes.
La cosa empezó con un nuevo brote de COVID-19 surgido en otro mercado chino, esta vez, en la capital Pekín. Voceros chinos se apresuraron a vincularlo con salmón noruego, pues se encontraron vestigios del virus en elementos de una pescadería que lo manipuló a pedido del cliente final.
Hay muchas explicaciones posibles, empezando por la contaminación in situ en virtud de la interacción con compradores, expendedores, transportadores, etcétera, pero los chinos querían aferrarse a la más remota: que fuera otro “virus zombi” que sobrevive sin huésped vivo durante varios días y en condiciones de temperatura adversas. Dicen que el de la peste porcina africana (PPA) es uno de ellos.
Pero bueno, esa hipótesis fue descartada con una respuesta contundente y muy bien soportada por parte de los europeos. Ese primer intento no desmotivó al gobierno comunista y empezó a exigir a todo aquel que quisiera seguir exportando alimentos a China, una declaración de productos libres del patógeno.
Eso fue el jueves pasado; ya este lunes (22 de junio) esa línea de pensamiento saltó a otro nivel. China no recibirá más pollo procesado en una planta de Tyson Foods en Estados Unidos, pues allí se había registrado otro episodio de contagio colectivo en varios de sus operarios. Igual suerte corrió una planta alemana que faena carnes bovina y porcina.
Es un procedimiento aceptado hasta el momento que ante cualquier episodio de contagio en el personal de beneficio, se cierre la planta y se proceda a la desinfección de las instalaciones, amén de los chequeos respectivos al círculo de contacto inmediato de los portadores. Pero las carnes no se desechan y siguen su proceso en otros recintos, sabida cuenta que el COVID-19 no se transmite por alimentos.
¿Sabe China algo que no sabemos sobre la enfermedad? No sería nada raro, pues eso ha pasado con nefastas consecuencias para el mundo. ¿O estamos simplemente ante el movimiento de un burócrata poderoso que quiere salvar responsabilidades? ¿O se trata de una causa nacional para compartir culpas? ¿Será otra excusa para castigar indirectamente a alguien? ¿Alguna decisión para mostrar que algo más se está haciendo?