Mientras en España –cuna de la tauromaquia–, se prohíben en Cataluña las corridas de toros, en Francia florecen. Sí, en Francia. Al sur, en Arlés, como se publicó hace poco en El País. En este blog no pretendo hablar del maltrato de los animales, ni de su bienestar, sino de estrategia.
Los franceses echaron sus barbas a remojar, cuando veían que se quemaban las de sus vecinos españoles. Me explico brevemente: España siempre consideró eterna a la fiesta brava y muy suya, y parece que poco se hizo por defenderla. Francia, que importó la tradición, dio un paso más al ver que en Cataluña se prohibían y declaró en 2011 a la tauromaquia como Patrimonio Cultural Inmaterial y en 2013 a los toros como Patrimonio Histórico Cultural. De esta forma, brindaron protección legislativa.
Este movimiento de los franceses me pareció una estrategia muy hábil. Usaron un buen marketing, que como bien dice la nota publicada al respecto, es “una de las armas que mejor emplean los animalistas”. En esta estrategia reivindicaron, entre otras cosas, el valor ecológico.
Dejemos los toros y veamos los pollos. Con el asedio que tiene la industria avícola de defensores de los animales, de no al crecimiento rápido, no a los antibióticos, no a los animales en jaulas, no a los ingredientes de origen animal y de muchas otras limitaciones, ¿por qué no se aplica una estrategia así? No me refiero a declarar al pollo o al huevo como patrimonio histórico o inmaterial, sino a darle la vuelta y aprovechar este impulso a nuestro favor. Hay varios aspectos que se pueden reivindicar: ecología, nutrición, derecho de la gente a alimentos de precio accesible.
Estos –y seguro que otros–, son nuestros estandartes para dejar atrás la pasividad. Parafraseando la nota mencionada, “hay que crear un modelo” y “atraer al público consumidor”, “saber exponer las cualidades de la industria avícola en este mundo complejo, globalizado”. ¿Ustedes qué piensan?