En el último mes del 2018, un recuento de los deseos para el nuevo año.
Nos encontramos ya a finales del año, momento en el que a todos, como por arte de magia, nos surgen las esperanzas y los buenos deseos. Por Latinoamérica avanza el enorme fantasma de las debacles económicas, problemas políticos, polarizaciones y demás. Como deseo que se mejoren, me detuve a pensar cuáles podrían ser mis cinco grandes buenos deseos para la avicultura latinoamericana para este próximo 2019 y se me ocurrieron estos. A ver qué piensa el lector.
- Que los productores argentinos de soya y maíz encuentren el equilibrio con su gobierno para llegar a un buen acuerdo en cuanto a las exportaciones, no solo en beneficio de ellos mismos, sino de sus avicultores y de los de la región.
- Que Brasil logre recuperarse y exportar pollo a los niveles que tenía hace un par de años. Después de la reducción de este año en la producción, hay puntos positivos y las mejoras parecen tímidas, aunque sus grandes empresas siguen con problemas internos y judiciales.
- Que Colombia, que parece dirigirse a la consolidación de su industria avícola en menos manos, lo haga con paso firme pero cauteloso y aprenda de los errores de sus congéneres. Además, que por fin logre el control del Newcastle y sus esfuerzos en bienestar animal no vayan en detrimento de la gran industria avícola de ese país.
- Que México encuentre el equilibrio entre importaciones y producción interna, tanto de materias primas, como de productos avícolas, sin menoscabo de los productores y que, además, logre al menos los compartimentos libres de influenza aviar (ojalá y fuera todo el país). Esto con miras a que algún día pueda exportar.
- Que Venezuela logre un respiro y su industria avícola pueda entrar en recuperación para proporcionar al pueblo venezolano estas proteínas tan necesarias.
Para el resto de los países, también van mis mejores deseos, por el bien de las empresas, sus trabajadores y sus familias, así como por la asequibilidad de la proteína avícola a toda la población.
Sé que escribo cosas muy difíciles, pero no dejo de hacerlo de buena fe. ¿Ustedes qué piensan?