Si bien a nadie le gusta pagar impuestos, lo peor del IVA no está en sí mismo; son las exenciones y tarifas diferenciales las que hacen más daño que bien.
Esta semana revivieron en la región distintas discusiones alrededor del impopular impuesto sobre las ventas o impuesto sobre el valor agregado (IVA) —o añadido, como también se dice en algunos de nuestros países—, las cuales tuvieron que ver con los alimentos de origen aviar.
En Venezuela, un cruel error de publicación gravaba a pollo y huevos, pero, en contra de la costumbre del desastroso régimen chavista, este por fortuna fue corregido casi de inmediato. Y el gremio avícola productor de huevo en Argentina insiste en que le equiparen el IVA al resto de la proteína animal, ya que, inexplicablemente, sigue generando un tributo mayor.
Todos nuestros países cobran el IVA (menos Cuba), aunque solo algunos lo imponen para huevo y pollo al ser considerados artículos de primera necesidad. No obstante, la tendencia parece ser la de abandonar dicha objeción. No más en 2015, los uruguayos volvieron a pagar IVA por estos alimentos tras siete años de exenciones.
No es un asunto contra el huevo o el pollo. Es la necesidad de los gobiernos de aumentar recaudos y simplificar regímenes tributarios plagados de exenciones o tarifas diferenciales que terminan provocando distorsiones probadamente contraproducentes.
En Colombia, se insinúa una vez más el interés por que todos los bienes paguen una tarifa unificada de IVA, lo que, de darse, haría que huevo y pollo tributen tal gravamen por primera vez. Obviamente, las agremiaciones agropecuarias expresaron su voz de rechazo alegando el carácter regresivo del impuesto y su impacto en el consumo y las ventas.
No es popular. Nadie lo quiere, pues, aparte de todo lo anterior, también obliga a un papeleo adicional a la hora de trasferir el tributo al Estado; eso se entiende, pero de llegar a darse, como todo en la vida que parece inevitable, también conllevaría su lado bueno.
Por ejemplo, las empresas avícolas colombianas que hoy deben esperar dos, tres meses o más para que la autoridad tributaria les restituya el IVA que pagaron por insumos, con el pollo y el huevo gravados recuperarían ese gasto al ritmo de sus ventas y entregarían al gobierno la diferencia.
Otra ventaja se daría en el desarrollo de un mercado interno para los ovoproductos. En ese país andino y en otros de la región, artículos de uso común en otras latitudes por su seguridad y practicidad, como los huevos en polvo al detal, no despegaron porque pagan hoy 19 por ciento de IVA frente al producto tradicional que sigue exento.
La popularidad de pollo y huevo no se vería afectada si todos los alimentos pagan lo mismo de IVA. Seguirían siendo las proteínas más favorables, versátiles, ubicuas y accesibles. El mercado termina asimilando el inevitable alza y la preferencia seguirá igual.
El colombiano Departamento Nacional de Estadística (DANE) publicó también esta semana que el 80 por ciento de los hogares en ese país consumen huevo y el 67 por ciento, pollo. Eso no lo cambiará un IVA para todo y para todos.