Nunca serán oportunas las malas noticias en el negocio avícola, pero la actual coyuntura de la peste porcina en China junto a informes que ponen en duda la salubridad del pollo, no hacen una mezcla ganadora.
Uno de los mayores productores y consumidores de carne de cerdo del mundo, China, se enfrenta a una grave crisis en el suministro de este alimento que se ha expandido a sus vecinos en Asia.
Se proyecta que, entre el año pasado y lo que queda de este, tendrán que ser sacrificados más de 130 millones de estos animales afectados por una “peste africana”; ese número es muy parecido a toda la producción porcícola estadounidense.
En fin, los precios de la carne de cerdo no paran de subir en China y en el resto del mundo, hasta 20 por ciento en varias partes. Esto se ha constituido en una gran oportunidad para la agroindustria cárnica, incluida la avícola.
El cerdo existente está caro y eso hace más competitivo el precio detallista del pollo en varios países latinoamericanos, sean exportadores o no, con una acotación adicional: no pocos de nuestros grandes empresarios cárnicos son productores de ambas carnes.
Quienes ya pueden vender su producción en el exterior de cerdo y pollo, lo están haciendo entonces con interesantes ganancias. Mientras tal crisis sanitaria prevalezca (que es lo proyectado) habrá fiesta.
Sin embargo, esa fiesta se podría aguar. Esta semana vinieron dos noticias de corte sanitario desde Estados Unidos, que tienen que ver con el consumo del pollo. Por un lado, Tyson anunció que recogerá 5,500 toneladas de pollo por posible contaminación con metales.
Antes de eso, se desató una innecesaria polémica por la recomendación oficial de no lavar el pollo crudo antes de su preparación. Ambas afectan la inclinación a comprar carne de pollo, pese a estar más barata que el cerdo. Y no solo en los Estados Unidos.
La sospecha se adopta como propia allí donde esas informaciones llegan y su primer destino es y será Latinoamérica. El no lavado del pollo crudo es una recomendación que incluso se hace desde hace cinco años en Europa y no tiene que ver con que el pollo “venga sucio”.
Es simple microbiología, que pese a ser simple, casi nadie conoce: lavar el pollo hace que salpiquen gotas de agua untadas de sangre o grasa de esa carne que puede caer sobre utensilios o superficies que tal vez entran luego en contacto con alimentos preparados o que se ingieren crudos.
Eso es todo. Pura prevención. Las omnipresentes bacterias crecen en esos residuos involuntarios, microscópicos y ubicuos. Como diríamos en Colombia, la idea es “no darles papaya” a bichos como la salmonela, evitando una práctica que en nada aporta a la inocuidad del alimento, por el contrario, puede abrir la puerta a intoxicaciones por contaminación cruzada (mala manipulación).
Es más, las bacterias están en todas partes y está comprobado que si estuvieran en el pollo crudo, estas mueren sin remedio durante la cocción. En fin, demasiado ruido en tiempos de recoger nueces.