Vuelven a poner en tela de juicio a las plantas de procesamiento de pollo y carne por el COVID-19, metiendo la cuña del sufrimiento animal que nada tiene que ver.
Parece que siempre hay que buscarle tres pies al gato. Ahora quieren añadirles a las plantas procesadoras de carne o mataderos la característica de epicentro de la pandemia. Es como querer siempre buscarle un pero a la producción de proteína animal.
No me parece ilógico que se encuentren brotes de COVID-19 en los mataderos. ¡Si es de las pocas actividades industriales que no han parado! Por fortuna, porque si no, no hubiéramos comido carne y pollo. Además, en efecto, hay una gran concentración de personas y poco espacio para respetar el distanciamiento físico recomendado.
No nos olvidemos que antes de esta crisis, nadie, repito, nadie esperaba esto y las plantas no estaban hechas para ello. Muchos ajenos a la industria son ignorantes de los cambios que las plantas de producción han realizado en estos últimos tres meses: desde escalonamientos de entradas y salidas del personal, hasta verificaciones de temperatura corporal, uso de mascarillas y escudos faciales transparentes y simultáneos, entre otras medidas, como han hecho en Brasil. ¡Pero nada es infalible!
No se dejaron esperar los perseverantes comentarios para asegurar, otra vez, que cerrar estas plantas es una razón más para acabar con el sufrimiento de los animales. Yo me pregunto, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?
Leyendo las noticias al respecto, saltan otras pulgas que no tienen relación con la mismísima producción animal. Resulta que, según lo que se dice, presionan a los trabajadores para que no hablen y además contratan extranjeros que no cuentan con condiciones dignas de vivienda y seguridad social. Entonces, yo creo que estamos hablando de un problema de administración y recursos humanos, no de producción y procesamiento animal.
Desde luego, hay espacio para la mejora. Nos hemos enfrentado a bichos siempre, pues además del COVID-19, están la Salmonella, el Campylobacter y otros más. Hay una solución: la total automatización con cero contacto de los alimentos con la gente y entre personas.
Si automatizamos todo, salta otro piojo: ¿vamos a acabar con puestos de trabajo? Sin trabajo, no se gana dinero y no se puede comprar pollo. Una situación complicada, sin duda.
Mientras tanto, necesitamos seguir produciendo, procurando lo mejor que podamos el bienestar del trabajador, que por el momento, sin él o ella, no se puede.
¿Ustedes qué piensan?