Mientras no sepamos qué piensa en verdad una gallina, buena es la observación calificada y hacer un repaso a la evidencia fundamental.
Esta semana visité la Estación Agraria San Pablo de la Universidad Nacional de Colombia, en Rionegro (Antioquia, noroccidente), donde bien podría uno decir que el bienestar animal de las ponedoras se puede alcanzar con distintos modelos de producción.
Vi gallinas libres de jaula, en piso y en pastoreo; también otras “no libres” en baterías (en este tema hay que escoger muy bien las palabras, es como caminar sobre huevos). No sé si eran igual de felices, o unas más que otras, pero saludables y productivas sí estaban todas ellas.
Por supuesto que no se trataba de una avícola comercial y sé que, en esos espacios académicos tan diversos, el deber ser es más tangible que el ideal teórico. Sin embargo, quizás por eso mismo, la observación que tuve oportunidad de hacer no carece de valor por la siguiente verdad de Perogrullo: si se hacen las cosas bien en cada una de las modalidades de producción, gallinas, avicultores y consumidores tienen lo que quieren en calidad de vida y de producto.
Me llamó la atención que frente a mí, en una jaula con cuatro aves, una bella, limpia y sana gallina marrón puso un huevo de excelente calidad, tranquila, como si nada. Lo tomé en mi mano, estaba todavía caliente ese óvulo gigante con cáscara, una gran célula reproductora.
Vino a mi mente que las funciones de reproducción son lo primero que suprime o aplaza cualquier animal estresado, preocupado por su supervivencia, sin alimento, agua o condiciones sanitarias óptimas. Incluso así sucede con los seres humanos. Recordé los relatos de mujeres sobrevivientes a los campos de concentración nazi en Polonia, quienes dejaron de menstruar en esas temporadas de horror.
Sé que excedo algún límite o pudor al comparar ambas realidades, pero, técnicamente, un huevo es la menstruación de una gallina, un tipo de ovulación fallida. Discúlpenme nuevamente, por favor, pero todo esto solo tiene un fin ilustrativo para un punto de partida que no pocas veces perdemos de vista.
Se trata de este: un huevo, en consecuencia, es en sí mismo una evidencia de bienestar. El organismo de un animal estresado no para de buscar comida o agua, pero con seguridad, sí dejará de destinar energía y recursos a tratar de reproducirse. Si tenemos claro ese acuerdo fundamental, seguiría una pregunta tan incómoda como válida: ¿mayor producción de huevos es entonces prueba de mayor bienestar?
Por piedad, no me tiren huevos…