Cinco años de una nueva tecnología de mejoramiento genético, así como la profundización en su uso, dejarían sin piso las reticencias políticas que hoy impiden crecer aún más las cosechas, entre ellas, la de los principales insumos avícolas.
En 2018 se cumplirá el primer lustro en el aprovechamiento de un descubrimiento científico con gran potencial para el sector agropecuario, entre otras muchas áreas humanas. Se trata del CRISPR (sigla de un complicado nombre en inglés para “repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas”), un procedimiento que sirve para “editar” con precisión y rapidez las propias cadenas de aminoácidos en genes específicos.
¿Por qué es tan importante y lo traigo a colación? Porque este avance permite lograr una característica deseable en una planta o un animal —incluso en seres humanos, pero ese ya es otro tema— sin necesidad de combinar su ADN con el de otra especie totalmente distinta. Entonces, gracias al CRISPR, todas las herramientas para alcanzar el mejoramiento deseado provendrían de un mismo ADN, lo que, de entrada, desarmaría a los alarmistas enemigos de los organismos genéticamente modificados (OGM).
Estos grupos de presión, pese a que no existe evidencia de peligro luego de tres décadas de cuantiosas y consumidas cosechas, han hecho que muchos países en vías de desarrollo veten para sus campesinos el uso de semillas OGM por considerarlas (sin prueba alguna) una suerte de cajas de Pandora, ya que provienen de mezclar en laboratorio el ADN de especies que no se aparean en la naturaleza.
En resumen, con el CRISPR se alcanza en corto tiempo lo que por siglos se ha logrado de manera empírica mediante cruces aleatorios y otros no tanto. Por ello, institutos regulatorios de algunos países, como Alemania, Suecia y Argentina, han establecido en su normativa una distinción entre los habituales OGM y la edición con herramientas como el CRISPR.
El camino está trazado; esperemos que los opositores del progreso dejen sus temores y piensen más en los beneficios que en los fantasmas que ellos solos han creado, negándole a muchos la posibilidad de adquirir alimentos más nutritivos y baratos. Incluso, su accionar hace que se den aberraciones como esta: países pobres negando el acceso a semillas OGM, pero que no tienen otra opción que permitir la importación de granos producidos a partir de ellas para evitar el hambre de sus ciudadanos, gastando así sus escasas divisas.
Con el CRISPR, junto con otros avances, el reto de alimentar 10,000 millones de personas en una cuantas décadas se ve más que asequible. Esperemos que la mala política no lo arruine todo, otra vez.