Abrir o proteger mercados: ahí está el dilema

Hace aproximadamente 25 años recorrió por Latinoamérica y el mundo entero el viento de la economía de mercado con más fuerza. Corrían rumores, las fuerzas políticas se tensaban, unas a favor, a veces en exceso, y otras en contra, también a veces en exceso. Todos los días nos sorprendíamos con la privatización de grandes empresas paraestatales, una forma de sorprenderse bien diferente de cuando nos sorprendíamos con las nacionalizaciones anteriores.

Después de todos estos años del cuarto de siglo que ha transcurrido, en lo que casi todo ha pasado a manos privadas, volvemos a lo de antes: nacionalizaciones de empresas privadas en Argentina y Bolivia. ¿Hemos aprendido la lección? O quizás la hemos olvidado. Yo creo que la memoria histórica tiene Alzheimer.

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Tratados de Libre Comercio 

En este mismo período surgieron los tratados de libre comercio. Todos contra todos. Hablando de empresas, en ellos unos pierden y otros ganan, pero al final, el gran ganador es el consumidor, y por ende todos. A mayor consumo, mayor crecimiento. En febrero pasado escribí un artículo sobre el impacto del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, TLCAN, sobre la avicultura de mi país. Como mencionaba en él, contrario a lo que se suponía, la avicultura mexicana muestra hoy, después de todo lo que implicaba ponerse a pelear a patadas con Sansón, una gran madurez y fortaleza. Atrás quedó el clásico paternalismo. Prueba de ello es ver las estadísticas desde 1994, año del inicio del tratado con Estados Unidos y Canadá. Desde entonces, prácticamente se ha duplicado la producción y el consumo per cápita. La industria avícola al final ha sido una competencia más bien interna, se ha concentrado, pero de manera mucho más profesional.

Con el tratado, hubo menos problemas para ingresar granos y oleaginosas, a un país que es deficitario en estas materias primas. Pero junto con eso, ingresó también la tecnología y productos necesarios para crecer.

No obstante, las cosas no han sido miel sobre hojuelas. Estados Unidos no ha sido fácil. Al momento de escribir este comentario editorial en mayo, los avicultores mexicanos estaban sorprendidos debido a que las empresas avícolas estadounidenses no habían mostrado interés en encontrar un acuerdo bilateral para la carne de pollo. Los empresarios de ese país se retiraron inesperadamente de las conversaciones sin comentarios al respecto, a pesar de que las entidades gubernamentales mexicanas habían dado todas las garantías para llegar a un consenso y a un entendimiento bilateral comercial más homogéneo, a causa del caso de dumping por la pierna y muslo, conocidos también por cuartos traseros de Estados Unidos.

Hay muchos casos 

Pero los casos de proteccionismo y competencia desleal no nada más se dan en los paladines del libre mercado, ni solamente en la industria avícola. Hablemos ahora de los gigantes de Suramérica: Brasil y Argentina. Ambos países, por ejemplo, “rechazan” el registro de la Denominación de Origen del tequila mexicano, respetado en todo el mundo. Incluso, ha habido denuncias de que se venden “aperitivos” de agave, en estos países donde ni siquiera conocen esta planta. Yo me pregunto, ¿tampoco reconocen la denominación de origen de los vinos de La Rioja, o del champán francés? ¿Y si tampoco reconociéramos el denominación de origen de los vinos de Mendoza? Pero, lo que es peor, es que Brasil condiciona el reconocimiento de la denominación de origen del tequila a que México permita la entrada de productos cárnicos de Santa Catarina. Por lo que entiendo, el problema de la carne de cerdo de este estado brasileño se debe a problemas sanitarios y políticos, en lo que aparentemente el gobierno de ese país no ha puesto el suficiente empeño para imponer controles sanitarios en los últimos años, de tal forma que el avance ha sido muy lento.

Y en el tratado de libre comercio con Brasil, lo mismo pasa con otros rubros, como los automóviles fabricados en México. Quizás haya también por ahí otros productos involucrados en las negociaciones.

Dimes y diretes 

La cuestión es que pasa el tiempo, se pierden negocios, y con ello empleos, beneficios mutuos, mayor consumo y por ende crecimiento. Todo se va en dimes y diretes, en que “tu haz esto y entonces yo hago lo otro” y “si no haces lo que yo quiero, entonces yo tampoco hago lo que tu quieres, o no hago nada y te bloqueo”.

En las relaciones comerciales bilaterales unos sectores ganan y otros pierden, sobre todo en el período de ajuste. Pero todo llega a su equilibrio. Hay que ceder, como en los matrimonios. No podemos esperar ser el mayor exportador de pollo en el mundo, o ser uno de los mayores productores de granos porque el país ha sido bendecido con buenas tierras y agua, y pedir que los demás no quieran ser el mayor productor (o el más eficiente) de otra cosa. O qué, ¿todo debe ser para un solo lado, el nuestro? ¿Solo queremos vender y no comprar?

Eso no es correcto, ni justo, ni de buenas políticas entre latinoamericanos.

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